jueves, 3 de abril de 2014

Sonbahar de Ozcan Alper




Además de ser una película profundamente poética, Sonbahar (Otoño) contiene un denso planteo sobre la realidad política de Turquía. Contrasta el arte de la imagen, los paisajes, la música con la crudeza del sistema carcelario turco. De ahí que casi en ningún momento el film se convierte en un panfleto, aunque el mensaje es a todas luces clarísimo. La historia gira en torno a la vida de Yusuf, un hombre de unos treinta años de edad, que ha pasado diez en prisión y regresa a su pueblo, una aldea en la montaña cercana al Mar Negro. Detrás de los bellos paisajes, de un otoño que va profundizándose a medida que avanza la película, el director muestra el destino de miles de presos políticos que han pasado por el siniestro dispositivo carcelario, que incluye las conocidas cárceles de tipo F. 

La historia de Yusuf es la historia de un condenado. El mundo que amó, la Rusia soviética que él abrazó y cultivó en sus lecturas, sus gustos, y por la cual entregó su vida, ya no existe. Los aldeanos están ahora preocupados por el turismo, su amigo Mikhail asfixiado por la vida familiar y la falta de esperanza, los compañeros de la universidad arrojados a sus destinos individuales. El socialismo se ha esfumado. "Nos sacaron eso también", se lamenta Mikhail. Yusuf es acaso una de las últimas expresiones de ese mundo. Pero ante la inclemencia de estos tiempos, ante la muerte que acecha con los graznidos insistentes de un cuervo, ante los avatares de un negro mar embravecido, Elka, una joven de Georgia, vestida de rojo y sin otra cosa que su cuerpo para mantenerse a sí misma y a su pequeña hija, invita a Yusuf a un viaje imposible.