domingo, 5 de mayo de 2013


Paula Cautiva: una película de Fernando Ayala (1963), basada en el cuento La representación de Beatriz Guido.

La película cuenta la historia de Paula (Susana Freyre), una joven de apellido ilustre, de cuya grandeza familiar sólo queda el abuelo, Don Florencio (Orestes Caviglia), dos hijos ilegítimos de su padre (Leonardo Favio y Oscar Caballero) y el casco de la Estancia La Cautiva. Lo demás, orgullo y la añoranza de lo que fue. Aunque poco, hay que sostener lo que queda y la familia se arregla gracias a la representación. La estancia recibe asiduamente la visita de turistas, en su mayoría norteamericanos, fascinados por la carne argentina y los espectáculos camperos: la yerra, las carreras de sortija, el juego del pato, etc. Así, se escenifica una Argentina que se ha extinguido junto con las inconmensurables estancias, y no es más que representación.

Ayala profundiza la pintura de Guido con personajes de “la nueva Argentina”: Mendez (Lautaro Murua), un atildado empresario que representa la nueva burguesía; una clase media/baja tan acostumbrada a los golpes de estado, que vivencia insensiblemente como la interrupción del clásico del domingo; y, finalmente, Carlos Sutton (Duilio Marcio), un joven exiliado que después de quince años se encuentra con un país en crisis. Sutton y Paula encarnan fuerzas opuestas: él, sin historia y aferrado al futuro; ella, cautiva del pasado. El encuentro amoroso parece ser el giro hacia el futuro que la película propone al relato de Guido. Sin embargo, el espectador se queda con la sensación de que el optimismo final de Sutton es un deux ex machina en cierto sentido banal, más aún para nosotros que sabemos que la Argentina de ese entonces estaba mucho más lejana del amor que de la discordia.

Pero así y todo, Paula cautiva tiene luz propia y una belleza particular con sus exteriores magníficos, la articulación de las tomas con la música por momentos grotesca, pero sobre todo como testimonio de la Buenos Aires de aquel entonces, que sabe plasmar en cuerpo y alma. En este sentido, me atrevo a decir que el momento más sublime de la película es aquel en que Paula -enamorada y por fin liberada de toda representación- le dice a Sutton: “Te voy a llevar a conocer tu país” e inmediatamente aparece majestuoso, en hermosísimas tomas, Astor Piazzolla interpretando “Revirado”. 





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