Cosmópolis (2012) es la versión
cinematográfica de una novela de Don DeLillo que lleva el mismo nombre (2003). Cronenberg elige como protagonista a Robert Pattinson, en el papel de
Eric Packer, a quien el gran público identifica como uno de los protagonistas de
la consagrada serie Crepúsculo. Esta
elección -que se refuerza con Sarah Gadon como la flamante esposa de Eric- deja
la impronta ideológica del director en la historia que va a relatar, permitiéndose
así una alusión a la identificación que el propio Marx establece entre el vampirismo
y el capitalismo. Y es que Eric es un joven financista y multimillonario, que
después de pasar varias noches sin dormir decide atravesar la ciudad por un
corte de pelo. En su limusina blanca a prueba de ruidos, como un fantasma, Eric
atraviesa una ciudad colapsada por la crisis y la desesperación. Va bien
custodiado, e indiferente al mundo exterior conversa con el jefe de seguridad
informática, se hace atender por su médico personal, tiene sexo con su asesora
de artes. Todo dentro de la limusina. En la novela, como en el film, las
conversaciones son el contrapunto de manifestaciones callejeras,
embotellamientos, y van conformando una reflexión sobre el presente y sus distintos
tópicos, desde el punto de vista del poder desde luego. La información en su dimensión
desmesurada, el tiempo y el capital, la ideología del mundo de las finanzas, los modos y el sentido de la protesta social, entre otras
cuestiones, forman parte de la reflexión de estos seres que desde la cúspide de
la pirámide social observan indiferentes los sucesos del mundo, esos sucesos que
ellos mismos provocan en su ambición desmedida o quizá por matar el aburrimiento. Es
un viaje a través de la ciudad, pero también una lenta metamorfosis del
personaje en quien se va exacerbando la nausea del “poder todo”, al mismo
tiempo que aumenta la sensación de una fragilidad absoluta. El climax de la película
lo da el encuentro con Benno Levin, un desquiciado y marginal ex empleado de
Eric, su alter ego: su propia versión,
pero torcida. La actuación de Paul Giamatti es sin duda brillante, y los
movimientos que los cuerpos van asumiendo a lo largo del diálogo completamente respetuoso de la versión literaria, infunden un
ritmo y un suspenso que se clausura de manera contundente. Esa contundencia no se da en la novela. DeLillo desorienta al lector que si bien a esta altura no desconoce el final se ve imposibilitado hasta la última página de confirmarlo. Para Cronenberg, todo se devela en el último segundo y de la misma manera tanto para el personaje como para el espectador.
Excelente el comentario.
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