Nubes
de Mayo (Mayis Sikintisi) es el segundo largometraje de Nuri Bilge
Ceylan. Fue estrenada a nivel mundial en el Festival de Berlín en el año 2000.
Un joven cineasta, Muzaffer,
regresa a su pueblo natal con la intención de rodar una película. Se aloja en
casa de sus padres, y se deja llevar por las pequeñas situaciones domésticas,
las preocupaciones de su padre, los fracasos de su primo y los deseos del pequeño
Ali, un niño que encarna para M. su propia infancia. Todas esa historias del
pueblo circundan como pequeñas melodías al tema principal: la búsqueda de
inspiración, el solitario y tedioso proceso creativo de M., una persona que
parece estar tan obsesionada con su deseo de rodar que no mide aquello que va
generando a su alrededor.
En Nubes de Mayo -como en otros films- Ceylan no trata de
sugestionarnos ni persuadirnos acerca de la consistencia de sus historias
mediante recursos como la música o un ritmo sin pausa en los relatos. Lo mismo
que en Climas, aquí la música es un
recurso escaso. Abunda el sonido ambiente (la hojarasca, las ramas de los
árboles que se mecen suavemente, el canto de los pájaros, un perro que ladra en
la lejanía) que crea en el espectador antes que un vacío o una distancia, una
sensación de proximidad tal que con la luz y el color producen un arrobamiento poético a la altura de los grandes
clásicos del cine.
Da la sensación que este film es -en
algún sentido- un manifiesto del tipo de cine que Ceylan está haciendo en ese
momento, un cine de resistencia. En efecto, Nubes
de mayo se parece a la película que -quizá por falta de presupuesto-
concibe y realiza Muzaffer, un film deliberadamente artesanal y con miras a
restablecer lo que Ceylan considera la cualidad más importante del cine, a
saber: su dimensión espiritual.
Creo que Ceylan le pide al
espectador una disponibilidad para entregarse a sus tiempos, a sus personajes
no siempre amigables y -aunque parezca cómico- la capacidad de soportar ese
leve aburrimiento que pueden generar al comienzo sus películas. El mismo, en una
entrevista allá por el 99, trata de darnos coraje diciendo: “El aburrimiento es
necesario al hombre. Veo con sorpresa que ciertos filmes que me habían
aburrido, se han convertido en las películas de mi vida”. Así, como rito iniciático
a su obra, Ceylan nos invita a superar el aturdimiento al que el cine
industrial nos tiene acostumbrados. Yo, por mi parte, lo acepto.